Published On:domingo, 9 de marzo de 2014
Posted by marisa
El papa que hace de cura
Jorge Mario Bergoglio lleva un año como
Francisco, el 266º papa de la Iglesia Católica, el primero de origen jesuita,
el primero de América latina y, por ende, el primero de la Argentina.
Su elección por
amplísima mayoría de los cardenales, el miércoles 13 de marzo de 2013, fue el
corolario de un largo proceso en el que la Iglesia miró hacia adentro y aceptó
que la hegemonía centroeuropeísta que la había regido desde siempre era
responsable, en enorme medida, de su alejamiento de la gente.
El cónclave se rebeló
al partido de la curia, analizó Paolo Rodari en el diario La Repubblica , que había titulado en su portada “ La nueva Chiesa di Papa Francesco”
(La nueva Iglesia del papa Francisco).
El diario Corriere della Sera se puso en la misma línea de análisis:
el nuevo Papa exhibe “la voluntad de cambiar sin retórica”, escribió Claudio
Magris; “es el ascenso de un cristiano simple”, detalló Alberto Melloni.
percibieron de inmediato el cambio que se
venía.
Para los argentinos fue
mucho más fácil de entender: ¿qué podía cambiar para que Francisco no fuese el
mismo Bergoglio que se embarraba los zapatos en las villas de Buenos Aires?
El camino que emprendió
ya como papa devolvió al mundo la imagen de un comunicador desde la simpleza y
la cercanía.
Nada de teología
incomprensible, sólo palabras simples para explicar por qué los cristianos
(obispos, curas, religiosas, fieles) deben volver con alegría hacia la bondad y
la misericordia.
“No me imagino un
cristiano que no sea capaz de sonreír. Demos testimonio gozoso de nuestra fe”,
publicó el 30 de enero en su cuenta de Twitter.
Nada de ropajes
principescos ni tratos obsecuentes, sólo manos tendidas a los que necesitan
consuelo, a aquellos que están en “la periferia de los corazones”, chicos,
ancianos, inmigrantes, desclasados.
Por debajo de la
superficie, el sacudón es fuerte. Un cura argentino amigo de Bergoglio admite
que en la Iglesia cosechó gente que lo ama y le es incondicional; incluso,
muchos que se habían alejado de la Iglesia. Otros lo acompañan porque comparten
su mirada del mundo y de la realidad. Y hay quienes apenas si lo toleran.
Pero estos últimos se
encuentran ubicados dentro de los sectores de la misma Iglesia que ven peligrar
su poder. Esa conducta no parece permear hacia la feligresía.
Alta imagen
positiva
Las encuestas así lo
revelan: por ejemplo, a nueve meses de su elección, Francisco tenía un 85 por
ciento de opiniones positivas, lo que no había logrado ninguno de sus
predecesores.
Ocurre también en los
Estados Unidos, donde hay sectores de la curia que no son, precisamente,
favorables al Pontífice.
Un sondeo de la cadena CNN, conocido en la
Navidad pasada, reveló que casi nueve de cada diez norteamericanos católicos
apoyan su gestión. Lo curioso es que quienes no son católicos lo ven parecido:
tres de cada cuatro elogian su tarea.
Otra encuesta, del
reconocido Centro Pew, confirma su popularidad en Estados Unidos: el 71 por
ciento de los católicos de ese país dice que Francisco representa un cambio
importante en la dirección de la Iglesia Católica, y sólo el dos por ciento
sostiene que es para peor.
Es probable que buena
parte de esa imagen positiva se sustente en la sensibilidad que profesa y
practica, y que lo acerca al común de los mortales por fuera de las vanidades
de las que hasta hace un año hacían gala muchos prelados y curas.
“Está en su espíritu el
rechazo visceral hacia todo tipo de privilegio. Esa es una de las
características de su persona; lo siente desde la pasión, lo inquieta
profundamente. Que alguien use un poder para un beneficio personal, de gloria,
lo pone loco”, describe aquel viejo conocido suyo.
“Desgarren su
corazón...”
En verdad, para muchos
obispos un puesto en el Vaticano era el camino previo a una jubilación que,
hasta Francisco, significaba el retiro a un palacio romano, con curas de
secretarios y monjas que los servían hasta la muerte.
Están presentes en la
Argentina esos regresos rápidos desde Roma. Sus viajes eran exprés. “No
soportaba ver gente con las mejores ropas, en limusinas. Y no es por un falso
amor al sacrificio, sino porque tiene la convicción profunda de que nadie puede
beneficiarse del servicio”, explica el cura.
“Desgarren su corazón y
no sus vestidos”, cita Francisco al profeta Joel.
Por cierto, eliminar
las canonjías no es una tarea sencilla. Más bien, requiere un trabajo de
cirujano que ofrezca a todos la oportunidad de alinearse con esta nueva forma
de vivir la Iglesia. O irse.
Para Francisco, los
cambios estructurales sin las personas adecuadas no sirven, no modifican nada
de la realidad. Esto explica un trabajo casi silencioso para destinar a cada
lugar clave de la curia a personas que han demostrado lealtad, pero no a él
mismo, sino al modelo de Iglesia que proclama.
Hay más: sus posiciones doctrinales han
abierto grietas con los sectores más conservadores de la Iglesia, que son los
que no lo quieren bien.
El papa argentino les
demuestra a muchos obispos que estaban equivocados: los fieles no se recuperan
con dureza en temas de moral sexual, rezando en latín o volviendo a costumbres
de otras épocas.
Aun cuando da pruebas
cada día de que su pontificado está blindado por el apoyo de la gente (en
especial jóvenes, como lo demostró en su visita a Río de Janeiro), está lejos
de soportar la obsecuencia de algunos que se acercan peligrosamente al culto de
la personalidad.
El diálogo
interreligioso se convirtió, además, en uno de los ejes del pontificado. No es
de parte de Bergoglio una actitud nueva: la arrastra desde Buenos Aires, pero
al mismo tiempo la fortalece desde su condición de obispo de Roma.
“La Iglesia Católica es
consciente de la importancia que tienen la promoción de la amistad y el respeto
entre hombres y mujeres de diferentes tradiciones religiosas”, les dijo a 33
líderes religiosos, lejos del trono papal y, en cambio, desde una silla común
que los puso a todos a la misma altura.
Las puertas se
mantienen abiertas: una delegación de rabinos, curas, imanes y otras
personalidades que realizaron en febrero una peregrinación a Jerusalén, Amman y
Ramallah fueron alentados por Francisco para continuar con su labor por la paz
y el entendimiento. Quizá de ese encuentro haya alumbrado una idea que se está
macerando dentro del Vaticano: un encuentro juvenil interreligioso.
Mientras tanto, el papa
Bergoglio, elegido el hombre del año por la influyente revista Time , no quiere que su imagen se banalice.
Franciscomaníacos,
abstenerse
En la entrevista con
Ferruccio de Bortoli, director del Corriere
della Sera , en la que
contó su gusto por ser sacerdote, también fue muy duro contra la
“franciscomanía”.
“Me gusta estar entre
la gente, junto a los que sufren, y andar por las parroquias. No me gustan las
interpretaciones ideológicas, una cierta mitología del papa Francisco. Cuando
se dice, por ejemplo, que salgo de noche del Vaticano para ir a darles de comer
a los mendigos de Via Ottaviano... Jamás se me ocurriría. Sigmund Freud decía,
si no me equivoco, que en toda idealización hay una agresión. Pintar al Papa
como si fuese una especie de Superman, una especie de estrella, me resulta
ofensivo”.
Un año después de ser elegido papa, el padre
Jorge se define como un hombre común, que “ríe, llora, duerme tranquilo y tiene
amigos como todos”.
En definitiva, una
persona normal a la que el destino puso al frente de más de mil millones de
católicos, cuyas laceraciones, como la de la anciana que perdió a su hijo, debe
ayudar a sanar.
Se lo dijo a los curas
de Roma: “Misericordia significa antes que nada curar las heridas. Cuando uno
está herido necesita esto de inmediato, no los análisis. Luego se darán los
cuidados especiales, pero primero se deben curar las heridas abiertas. Hay
tanta gente herida, por los problemas materiales, por los escándalos, también
en la Iglesia... Gente herida por las ilusiones del mundo. Nosotros, curas,
debemos estar allí, cerca de esta gente”.
Él, que se mudó a Roma,
lo sigue haciendo.